Ya solo queda un día para que acabe la 69ª edición del festival de San Sebastián, el certamen ya ha dejado algunas ideas claras para el futuro: la primera es que, más allá de plataformas y tamaños de pantallas, el cine, como forma de arte, está mutando. Hay una nueva generación de cineastas abiertos a volver a una experimentación como hace tiempo no se veía. Porque van a bregar porque ese cine sí llegue al gran público, y porque los festivales lo están premiando. Desde luego, habría que hablar con cada jurado para saber qué les atrajo de las películas, pero el triunfo el año pasado de Beginning en San Sebastián y los de Titane en Cannes y El acontecimiento en Venecia en este año están emitiendo una poderosa señal: el cine vira hacia otro futuro, y en él las mujeres tienen mucho que decir. Al menos, por de pronto, lo mismo que los hombres, y eso es bueno en una industria, la cinematográfica, eminentemente machista. Y cuando ya se ha acabado la competición de San Sebastián, y viendo la composición de un jurado que preside Dea Kulumbegashvili, la directora de Beginning, y por tanto ganadora de la última Concha de Oro, en el certamen hay tres películas favoritas: la francesa Earwig, de Lucile Hadzihalilovic, la directora de Évolution e Innocence; la danesa As in Heaven, de Tea Lindeburg, y la española Quién lo impide, de Jonás Trueba; sin olvidarnos de una tapada, Distancia de rescate, de Claudia Llosa. No hablo de calidad, hablo del gusto del jurado. A mí me ha impresionado también el trabajo de Blanca Portillo y Luis Tosar en Maixabel, de Icíar Bollaín, y todo lo que es capaz de contar en una hora y 27 minutos Laurent Cantet en Arthur Rambo acerca de las redes sociales, la cultura de la cancelación y la sociedad actual como olla a presión en el que se cuece la integración étnica junto al racismo. Aunque para terremoto y catarsis, la que esta ciudad ha vivido con Maixabel, que les pone un espejo ante la realidad en la que tienen que cohabitar los próximos años, cuando en la calle, acabado el terrorismo, se crucen victimarios y víctimas. En San Sebastián la película es calificada de "necesaria". El otro momentazo del festival ha venido acompañado por el segundo Donostia. Si a Marion Cotillard se le rindió honores por todo lo alto, con la sorpresa de que le daba el premio Penélope Cruz (algo que no esperaba la francesa, que hizo un discurso frío, acorde solo a una gala de inauguración, no al canto de amor que le dedicó la madrileña); a Johnny Depp le pondrían la alfombra roja en casi cada casa de la ciudad. Ha sido el único que ha atraído a hordas de fans a las dos puertas del hotel María Cristina, el único que provocó multitudes en la alfombra roja, y a quien gritaron mensajes de amor en la gala de la noche de entrega del premio. Él aprovechó para advertir que nadie está a salvo de la cultura de la cancelación -un fenómeno que está sufriendo ahora en sus carnes- y para presentar una nueva aventura empresarial en la que se une su productora a la española A Contracorriente para desarrollo de proyectos. Si el público fuera juez, a Depp le hubieran sacado a hombros de las cortes judiciales donde ha perdido su caso por difamación contra el diario británico The Sun. Finalmente, agradecer al festival que ha mantenido las medidas covid con educación y amabilidad, El certamen han funcionado de manera fluida: la organización ha sido irreprochable y ha logrado incluso que Johnny Depp fuera puntual. Desde la adolescencia de los chicos de Quién lo impide a la vejez de la protagonista de La abuela, de Paco Plaza, pasando por la veteranía y el gozo de José Sacristán con el Premio Nacional de Cine (atentos a esta frase de su discurso: "Yo le quitaba unas cuantas plumas a las gallinas, me las ponía en la cabeza, y me plantaba desafiante ante mi abuela. 'Virgen santa, un indio', decía ella. 'Se lo ha creído', pensaba yo. Cuando recibí la noticia de este premio, pensé lo mismo: 'Se lo han creído'. Se han creído que era el estudiante, el pregonero, el de los globos, el recluta, el emigrante, el abogado, el médico, el asesino. Vaya suerte, más de 60 años sin dejar de jugar"), todo cabe en el Zinemaldia. Muere Mario Camus Estábamos el sábado con el ritmo propio de un gran festival de cine, cuando se anunció el fallecimiento de Mario Camus a los 86 años en su casa de Santander. Que estuviera ya enfermo no quitó ni una pizca de abatimiento a la noticia. Hoy, a Camus se le recuerda por Los santos inocentes y La colmena, pero el cineasta es mucho más Con el tiempo, sus mejores trabajos siguen supurando sobriedad y contundencia, no han perdido ni un ápice de firmeza. Otra cosa es que su nombre no esté, injustamente, más presente en las conversaciones en el cine español actual. Se va un creador que supo —sin imponer jamás su estilo, sin alardear de autorías— contar historias desde la sequedad del norte, una sobriedad a través de la cual narraba los sentimientos más profundos. Sin alharacas, probablemente en comunión en su fondo con la literatura española de sus contemporáneos, una inspiración que para un devorador de libros como fue Camus supuso un motor narrativo. Con su filmografía levantó testimonio de un lugar, España, a lo largo de distintas épocas. Curiosamente, y por suerte para los cinéfilos, Sigfrid Monleón está acabando un documental sobre Camus que explora su carácter y su autoría a través de su obra. Sabedor del deterioro rápido de su estado de salud, Monleón le enseñó a Camus el pasado 1 de septiembre un premontaje del filme (Monleón dice que le falta por pulir, pero lo cierto es que está bastante avanzado, y que lo visto es fantástico). Allí Camus dice frases como "Todo lo que te puedo decir está en las películas" o, para explicar su carrera. "A lo largo del tiempo adquirí oficio". Y solo se concede un punto de autoría en el comentario: "Siempre me preocupó la forma del cine". Es un testimonio que desarbola al espectador y levanta testimonio de la categoría intelectual y humana del retratado. Estrenos de la semana Y sí, hay estrenos en las carteleras comerciales. Además de Maixabel, ya comentada por Carlos Boyero aquí, selecciono otros dos lanzamientos. CRY MACHO. Clint Eastwood Elsa Fernández-Santos escribe sobre la última película de Eastwood: " Es una película abiertamente naíf, que responde a una deliberada mirada irreal e idealizada de un lugar, la frontera, donde ya no se escuchan los tiros y quizá quede algo de humanidad y principios. Cry Macho es el sueño de un anciano que busca el cielo en la Tierra. Y otra vez, como en tantas de sus películas, la redención". RESPECT. Liesl Tommy Fernández-Santos explica: "Antes se hacían documentales sobre películas y ahora se hacen películas sobre documentales. Esa es la sensación que queda después de ver Respect, ficción biográfica sobre uno de los mayores mitos de la música de Estados Unidos, Aretha Franklin. Fallecida con los honores de una monarca en 2017, un año después salía a la luz la película Amazing Grace, que recuperaba el material que Sydney Pollack había grabado en 1972 en la Iglesia Bautista Misionera New Temple en Watts, Los Ángeles, donde la intérprete grabó el que sería su álbum más vendido. El material, perdido hasta hace poco, supuso un descubrimiento a la altura de ese otro grandísimo testimonio sobre la música y la cultura afroamericana, Summer of Soul. Frente a cualquiera de estos dos documentales históricos, Respect, cuyo metraje juega de forma burda a las texturas del archivo, queda reducida a la nada. No solo porque se trata de un biopic más propio de la Wikipedia, sino porque además abusa de manera descarada de una estructura construida sobre éxitos musicales que le aportan al filme el alma narrativa de la que carece". Desde San Sebastián, un abrazo a todos. Para cualquier consulta, en Twitter soy @gbelinchon |
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