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En la torre de Babel de la utopía soviética

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Babelia
Sábado, 19 de junio de 2021

La efímera casa eterna del estalinismo

Javier Rodríguez Marcos

La efímera casa eterna del estalinismo

Las obras de la Casa del Gobierno casi acabadas. La iluminación era para celebrar el XIV aniversario de la revolución en noviembre de 1931. Fotografía incluida en el libro 'La casa eterna' de Yuri Slezkine.

Buenos días y gracias por estar al otro lado del clic.

Cierto clásico decía que la gradación de la intensidad en las películas debería ser algo así: comenzar con un terremoto y seguir subiendo. Vamos con nuestro terremoto particular de este sábado. Una cita:

"Confieso que nunca en mi vida he leído un libro como este. Por su escala desmedida, su variedad, su hondura humana, su agudeza política, está a la altura de Guerra y paz, de Vida y destino, de Archipiélago Gulag. En su capacidad de sintetizar una época, y de dar a conocer la vida interior, el estado de espíritu, la mentalidad de varias generaciones de personas unidas por parecidos ideales…"

Quien habla es Antonio Muñoz Molina. Pero ¿de qué libro habla?, ¿existe algo así? Existe y es el objeto de nuestra portada. Se titula La casa eterna y lo ha escrito Yuri Slezkine, un historiador huido de la URSS y nacionalizado estadounidense que tras su jubilación se afana en obtener un pasaporte ruso (misión difícil porque, para los archivos, él sigue siendo algo que ya no existe: ciudadano soviético).

Nuestra histórica corresponsal en Moscú, Pilar Bonet, ha hablado con Slezkine -actualmente en Riga- para comentar un relato que ocupa -en la traducción de Miguel Temprano para Acantilado- 1600 páginas. Se trata de la historia de la Casa del Gobierno, un edificio de 500 apartamentos inaugurado en 1931 para alojar a la élite del Partido Comunista. La Casa estaba frente al Kremlin, el lugar al que miraban sus habitantes para saber si el dios de la fortaleza (Stalin) les era propicio o no.

Todo en la Casa era desmesurado: tenía un cine con 1500 butacas y un teatro con 1300, un cuerpo de guardia de más de un centenar de agentes y un retén de bomberos de 24 miembros. Iba a ser la síntesis perfecta del paraíso comunista, se transformó en un lugar de privilegio en medio de una sociedad que moría de hambre y terminó convertido en la antesala del infierno para todos aquellos que caían en desgracia a los ojos de sus grandes jefes.

Slezkine analiza ese microcosmos frustrado en términos de secta milenarista: con su dios (el pueblo), su profeta supremo (Stalin) y, por supuesto, su Roma, su Babilonia (Moscú). Pero la charla entre Bonet y el historiador no es interesante solo por el modo en que cuenta una historia que resume una parte decisiva del siglo XX sino por sus interpretaciones sobre el XXI. Para Slezkine, no cabe el paralelismo entre la Rusia soviética y la de Putin. En su opinión, existe una retórica antioccidental, cierto, pero no intenciones de reconstruir un imperio: ni el zarista ni el comunista. Muy perspicaz, por cierto, el modo en que analiza la torpeza de Occidente a la hora de integrar en sus círculos al gigante herido (la URSS) al que le cayó encima el Telón de Acero a finales de la década de los ochenta.

Es, ya lo dijimos, nuestro babilónico tema de portada. Y lo completamos con la citada lectura del libro de Antonio Muñoz Molina y con una selección de novelas, memorias, ensayos y cómics para entender la URSS a cargo de Guillermo Altares.

Más allá de La casa eterna, nuestros otros libros de la semana son obras de, entre otros, César Aira, Richard J. Evans, Lucía Puenzo, Alfredo Conde y Manuel Arroyo-Stephens.

La escritora Marie-Claire Blais en 2006, en París.

La escritora Marie-Claire Blais en 2006, en París. / Ulf Andersen (Getty Images)

Recomendaciones con nombre propio.

La maestra de Margaret Atwood. Laura Fernández ha descubierto a Marie-Claire Blais y ha hablado con ella sobre Sed, su primer libro traducido al castellano. Ha tardado el atravesar la barrera lingüística (escribe en francés) pero ha merecido la pena. Si fuéramos el departamento de mercadotecnia diríamos que es el secreto mejor guardado de la literatura canadiense. O que lo era.

El Lorca de Juan Diego Botto. Raquel Vidales, nuestra crítica teatral, fue al Español a ver Una noche sin luna y salió más que convencida. La apuesta era difícil: sacar a Lorca de la fosa y ponerlo a hablar encarnado en Juan Diego Botto y sin ocultar su ideología política. La de ambos. Las ideas están ahí todo el rato pero, por suerte, no ahogan lo que se espera de toda obra (y más de una dedicada a un dramaturgo y poeta): teatro.

Un libro de Adrienne Rich. Martín López-Vega acaba de publicar un gran libro de poemas fruto de una profunda crisis personal: Egipcíaco (Visor). Con ese pretexto lo hemos sometido a nuestro interrogatorio de la sección En Pocas Palabras. Además, de canciones, ciudades y películas, nos recomienda, cómo no, un libro: Sumergirse en el naufragio, de Adrienne Rich, "en la traducción espléndida de Patricia Gonzalo de Jesús".

Una canción de Françoise Hardy. Esto es cosa mía. Ayer se supo que la cantante francesa sufre un doloroso cáncer terminal y pide que se le aplique la eutanasia. Algunos siempre la recordaremos por L'amitié, una canción que es pura esencia. Paradójica o premonitoriamente, el cineasta canadiense Denys Arcand la usó en 2003 en los créditos de cierre de Las invasiones bárbaras, una película que retomaba a los personajes de El declive del imperio americano para contar la muerte de uno de ellos. De cáncer. Rodeado de sus amigos. Disculpen el minuto triste.

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Muchas gracias por la atención. Hasta la semana que viene. Saludos desde Babilonia.

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